La
tradición siempre ha defendido que "la legitimidad de
un relato solo se alcanza a través de la distancia de tercera
persona". No soy una gran aficionada a las tradiciones; pero, al
menos en este sentido, debo ponerme de su lado. Antes de nada,
explicaré los principales tipos de "yo" que
podemos encontrar un la literatura: el primero, es un
"yo" profundamente narcisista, que alimenta la
vanidad del lector; y en segundo lugar, encontramos otro
que habla en sintonía "con el nosotros", que
habla de problemas comunes. El primer "yo" del
que hablamos se ha apoderado de los textos actuales; y, en
consecuencia, los géneros literarios han sufrido una gran
degradación: se ha olvidado el componente de crítica social con el
que nacieron numerosos géneros, como la novela negra; confundimos la
novela romántica con la rosa; se escribe para alimentar los
problemas sociales y culturales (machismo, patriarcado, consumismo),
no ya para solucionarlos o hacer al lector reaccionar o tomar
consciencia de ellos, sino para hacerlo partícipe;
encontramos escritores superventas que pecan
de embaucadores, y que someten a sus fieles
lectores a la ignorancia; en los escaparates vemos libros
facilones y ultracomerciales de andar por casa. ¿El culpable? El
capitalismo, ¡qué raro! Su intrusión en el mundo literario ha
empobrecido notablemente la calidad de los libros y ha aumentado sus
precios. Parece que estamos retrocediendo al tiempo en que el placer
de la lectura se reservaba a aquellos dotados de una buena situación
económica. Los libros tienen unos precios desorbitados, y
vamos subiendo. Respeto profundamente el trabajo de los
escritores y todo el trabajo que conlleva la elaboración de un
libro, pero lo cierto es que se está volviendo más barato cualquier
vicio que ser aficionado a la lectura. Los autores (siempre
contrarreloj) firman contratos con editoriales que solo quieren
producir más y más. Dichas editoriales desplazan a
aquellos escritores que hacen literatura social, que expresan una
opinión radical que nos aleja de nuestra zona de confort,
prefiriendo dar la mano a otros que simplemente buscan ganar dinero
fácil haciendo literatura fácil. A veces me resulta increíble
que alguno autores, a pesar de estar muy bien considerados en el
mundo literario, a penas vendan libros, o de que sus ventas no se
puedan ni comprar con las de algunos autores de Best-Seller. También
los escritores se someten a las reglas del juego que plantean dichos
contratos: es evidente que todos tenemos que comer, cada uno se gana
la vida como buenamente puede, pero siento mucha admiración por
aquellos ( aunque no lo parezca, existen) que no se dejan someter,
y que van contra todo lo establecido, pues lo establecido es bien
sabido que no siempre es lo más acertado. Puede parecerlo, pero no
estoy hablando en absoluto de élites, ni de la
superioridad de algunos autores o libros, sino de que a la hora de
seleccionar nuestras lecturas lo hagamos con la conciencia de que la
única función de la literatura no es entretener, sino también
aprender, transmitir, ayudarnos a razonar, hacernos crecer, entre
muchas otras cosas. Nosotros mismos, los lectores (entre
los que, por supuesto, me incluyo), estamos contribuyendo a esta
degradación de la literatura, no solo las editoriales o los
escritores tienen la culpa de ello. La lectura también es
un ejercicio de reflexión, de formación; pero en una
sociedad tan desquiciada como en la que vivimos, no podemos disponer del
tiempo y de la tranquilidad que requiere dicho ejercicio, por lo que
nos lanzamos a por libros que no tengamos que descodificar, libros
que vengan resueltos por sí mismos, que nos cuenten una historia
cualquiera y adiós muy buenas.
No
pienso que unos libros sean más adecuados o mejores que otros; por
el contrario, pienso que todos los libros son buenos y que con todos
ellos podemos disfrutar, pero también tengo la firme convicción de
que nos estamos convirtiendo en borregos, de que si antes una mente
cultivada por la literatura hacía la diferencia, ahora no se aleja mucho de las que no lo han sido.
¡Buenas noches!
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